domingo, 10 de marzo de 2013
EL RELATO DE LUCÏA.
Soy Lucía Ortiz, tengo 22 años. Actualmente estudio 4° semestre en la universidad. Mí destino venía marcado, ya que mi padre era adicto a la marihuana (planta cannabis sativa que se fuma en forma de cigarro) y a la cocaína (sustancia estimulante, consumida por via nasal). Por esto nací con la bilirrubina alta y a los 2 días de nacida me hospitalizaron en la clínica. También sufrí de asma hasta los 12 años.
Comencé por aficionarme a la música rock o metal, mis padres jamás se hicieron cargo de mí, entonces mi independencia fue por mal camino, la música que escuchaba era la “champeta”, (música que estimula la violencia, la drogadicción y la degeneración sexual). Después escuchaba música rock metal pesado en conciertos, donde la mayoría de los jóvenes que asistíamos utilizábamos drogas como marihuana, cocaína, etc. Cada concierto era una oportunidad de consumirlas.
A los 16 años me relacioné a través de la música con rateros; ellos se drogaban con la marihuana y me invitaban a que lo hiciera. "Ven y fuma” me decían y por primera vez la probé. Recuerdo que reía y reía (risa propia del adicto), después caí en depresión y paranoia, imaginando que ellos me iban a violar, me fui corriendo drogada a mi casa.
Un día escuchando música rock sentí una gran depresión y ganas de matarme y me dije: "Voy a morir con dignidad", me vestí de negro, coloqué un CD con música metal y me tomé varias pastillas sedantes. Perdí el conocimiento y mis familiares me llevaron de urgencia a una clínica, allí me realizaron un lavado gástrico que me salvó la vida.
Realmente la droga con sus alcaloides estimula y después el cuerpo agotado por su efecto, entra en depresión. El vendedor de droga, después de consumir marihuana me dio Whisky con Escoploamina (burundanga). No recuerdo lo que pasó después, pues no sabía ni quién era ni dónde estaba. Una amiga drogadicta me contó que el vendedor me había violado. A pesar de todo lo que me pasaba, seguía consumiendo la marihuana, ya que trataba de buscar la felicidad, reía y reía y después la depresión y las ganas de morir, entonces lloraba y lloraba. Me preguntaba la razón por la que había venido a este mundo. Para mí, esa inconsciencia en que vivía era una felicidad, aunque realmente me estaba destruyendo. En mi casa me sentía deprimida.
Mi mamá decidió llevarme a una iglesia en donde no me sentía cómoda por la forma en que aplaudían y lloraban al mismo tiempo, pero yo quería cambiar entonces puse de mi parte y poco a poco fui dejando esa vida que lentamente me mataba.
Ahora medito en ese pasado y en la necesidad de alertar a los jóvenes para que no pasen por ese suplicio mío: música rock, metal, malas amistades, droga, una vida sin valores espirituales y sobre todo como la mía.