Vaya fiesta la de la tía Julita, en mi vida había visto una que se le parezca, jamás olvidare a todos bailoteando, jugando y bebiendo tequila, todos terminamos muy cansados, nos dolían los músculos por todo ese acido láctico que se derramo. Después de lo bien que me la pase no me quedaba más que ofrecerle un regalo sincero para agradecerle tremenda fiesta. Le llame para invitarle al cine, estaba entre que si y que no, pero al fin de la conversación logre convencerla, una vez dentro del cine fue una obra titánica el tratar de hacerla elegir una película de su agrado, insistía en ver una película que le recordara a sus galanes de antaño, ¿cómo explicarle que de esas ya no se hacen?, deje las cosas como estaban y terminamos viendo una comedia, fue tan divertida que se activo nuestro musculo risorio, que se ubica en las comisuras de los labios, en más de un ocasión, tal vez hasta se le borren algunas arruguitas . La película termino y abandonamos la sala, saliendo del cine se sentía el aire tan gélido que la pobre tía Julita se comenzó a quejar de un dolor en la espalda, tenia catarro, pero le dije que se debía a que no había llevado su chal, así que le di mi chamarra. La lleve hasta su casa, la conduje a la sala y me dijo – querida Angélica me siento un poco mal, podrías hacerme el favor de llamar a Rozhy para que me lleve al hospital, ya que tú tienes mucha prisa y no quiero entretenerte mas-. Hice al pie de la letra lo que me pidió y la deje en manos de Rozhy, quien llego velozmente, Me despedí de ambas y partí hacia mi casa a cumplir con mis deberes.
Reportando desde la casa de la tía Julita, y por supuesto preocupada por ella: Angélica Hernández Reyes del 568.